Cuando vemos un trabajo bien hecho resulta fácil olvidar que lo que vemos es el paso final de un proceso. Que las películas fueron al comienzo el libreto de un guionista tímido, los edificios trazos en un papel, las empresas una idea en la mente de un aventurero. Y es que raramente vemos el proceso.
Suena una canción alentadora y, en lo que dura, Rocky pasa de novato a una masa de músculos experta en el boxeo. Vemos a un rey superar un tartamudeo severo en una película de menos de dos horas. Los ejemplos abundan. Terminamos pensando en el éxito como algo que deberíamos alcanzar con sólo proponérnoslo, lo que nos lleva a desmotivarnos cuando en la práctica resulta más difícil.
La realidad es que la adversidad está en cualquier proyecto en que nos embarquemos. Ya sea que se manifieste en gastos inesperados o en cambios imprevistos de planes, uno suele paralizarse ante ella. La realidad es que un contratiempo sólo indica que el proyecto está avanzando. Aunque suene contraintuitivo, no se trata de un obstáculo sino de un paso más. Los cambios de planes ayudan a que nuestras creencias no se queden estáticas y evolucionen a la par de nuestras intenciones; las ganas de abandonar que nos poseen cuando las cosas van mal nos enseñan a tomar decisiones con la cabeza fría, al margen de sentirnos bien o mal; cuando no podemos con algo solos aprendemos a relacionarnos y crear vínculos, y cuando estos vínculos no dan fruto aprendemos a valernos por nosotros mismos. Cada problema nos da en realidad la clave para resolverlo.
La adversidad se presenta de muchas maneras. Lo único que es seguro es que va a estar ahí. Sabiendo eso, resulta más fácil prepararnos para enfrentarla: organizar nuestros recursos y estabilizar nuestro estado mental de manera que podamos reaccionar ante cada cuestión de manera adecuada. Lo importante para llegar a buen puerto es persistir, y el mejor capitán es aquel que ha navegado por un mar tormentoso